UN CASO CONMOVEDOR Y UN RECONOCIMIENTO TARDÍO

La historia del Schindler de Países Bajos que salvó a miles de judíos

El Estado neerlandés concedió una medalla de honor al diplomático Jan Zwartendijk, quien salvó a miles de judíos desde Lituania en la Segunda Guerra Mundial al darles visados hacia las Antillas Neerlandesas, territorios alejados de los nazis, una hazaña por la que Países Bajos lo reprendió al saltarse normas diplomáticas. 

El primer ministro interino Mark Rutte entregó esta medalla a la ayuda humanitaria, el mayor honor no militar, al hijo y a la hija de Zwartendijk por haber expedido visados a miles de judíos lituanos para que pudieran escapar de la persecución nazi, una hazaña que Países Bajos reconoce por primera vez y 47 años después del fallecimiento de este diplomático. 

Zwartendijk recibió una reprimenda en 1964 del entonces ministro de Exteriores Joseph Luns por no haber cumplido con las normas consulares por la forma en la que otorgó esos visados durante la persecución nazis. 

“Al concederle póstumamente la Medalla de Honor de Oro a la Asistencia Humanitaria, Países Bajos quiere rectificar esta situación y hacer justicia a su valentía”, señaló Rutte después del encuentro y la entrega de la medalla de honor, la primera de su tipo que concede en Países Bajos desde 1964. 

Zwartendijk trabajó para Philips en Lituania y ejerció desde 1940 de cónsul adjunto de Países Bajos. Desde su cargo, emitió visados a miles de judíos para que puedan cruzar hacia la Unión Soviética y luego a Japón, para viajar a Surinam o las Antillas Neerlandesas, que, siendo territorios en el Caribe, eran las únicas partes de Países Bajos que no estaban ocupadas por los nazis, y les ayudó así a escapar de una muerte segura. 

Diputados neerlandeses, grupos judíos y varias organizaciones neerlandesas enviaron a principios de este año una carta al rey Guillermo Alejandro y a Rutte, con una petición especial: otorgar de forma póstuma a Zwartendijk la condecoración más alta en Países Bajos, para dejar clara la labor del diplomático.

“Filas de refugiados judíos hicieron cola frente a su oficina y Zwartendijk firmaba visados desde muy temprano hasta la noche, hasta que se le dormían las manos. A menudo no se permitía más que un sorbo de café frío. Se olvidaba hasta de su propio cumpleaños porque le absorbe esta misión. No importa quién se presente ante él en la pequeña sala donde trabaja. El nombre y la nacionalidad son suficientes”, relató aquella misiva. Tras la guerra, Zwartendijk trató de saber la cifra de personas que habían escapado a la muerte a manos de los nazis gracias a los visados que otorgó desde Lituania, pero solo tuvo noticias de una persona, lo cual fue una decepción para él.

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